El trauma del concurso de acreedores
por Cristóbal Dobarro GómezEs frecuente que aquellos empresarios que se ven abocados a un concurso de acreedores intenten retrasar acudir a esta institución jurídica tanto, que cuando finalmente lo solicitan su empresa se encuentra totalmente exhausta desde el punto de vista financiero y el patrimonio personal de sus administradores se encuentra seriamente comprometido.
El estigma que supone para cualquier sociedad acudir al concurso, paraliza a los empresarios, que buscan cualquier camino alternativo, ya bien sea sacrificando su propio patrimonio, o aceptando refinanciación bancaria en condiciones francamente leoninas, y por tanto inaceptables.
El instituto concursal debería ser un camino de ida y vuelta para la mayoría de las empresas, que podrían acudir al mismo en aquéllos casos de falta de liquidez, y como protección frente al ejercicio de las acciones individuales de sus acreedores. Sin embargo, el concurso es un verdadero cementerio de elefantes en el que es rara la empresa que consigue entrar y consigue salir para continuar con su actividad.
Por otra parte, el concurso de acreedores genera por definición recelos por parte de los propios implicados, de sus trabajadores, empleados y de la opinión pública en general. La empresa que entra en concurso de acreedores entra inmediatamente en cuarentena, y sus administradores y socios parece que se transforman inmediatamente (muchos tras dilatadas e intachables carreras empresariales) en suerte de cuatreros o forajidos que únicamente pretenden defraudar a todo el que cojan por delante.
Nada más lejos de la realidad. Es cierto que en el Oeste existen forajidos, pero también mucha gente honrada que busca allí su forma de vida y el cumplimiento de sus sueños. Lamentablemente, a esta gente honrada no siempre le salen bien las cosas. Muchos acaban sacrificando su patrimonio, y perdiendo lo ganado honestamente durante años. Tal vez el instituto concursal debería normalizarse, y hacer que los buenos empresarios puedan acudir al mismo sin miedo de ser estigmatizados y de poder continuar adelante con su actividad; ya no sólo por su bien, sino por el de toda la sociedad.